Los Diablos de Píllaro llegaron a Cuenca. Vestidos de rojo y con máscaras saturadas de cuernos se tomaron la Plaza del Herrero, la noche del martes, en el sector de Las Herrerías. Era de noche, el oso negro necio, más necio que su cazador, entre los dos tomaron la delantera.
Detrás de ellos venía la banda de pueblo con sus trompetistas, trombonistas, percusionistas que entonaban sanjuanitos, pasacalles y ponían el ritmo a la fiesta. Después de los músicos estaban 17 diablos saltando, bailando, haciendo retumbar en el suelo el fuete (chicote) hecho de pata de venado y una gran cuerda de cuero de res.
Pero los diablos no estaban solos, los acompañaban decenas de bailadores; las parejas de línea, el capariche -ese barrendero que en son de limpiar el piso dispersaba espinas-. Estaba la guaricha, vestida de azul, el payaso de morcilla o de chorizo, como ellos dicen.
La noche estaba “infernalmente” alegre. Las llamas envolvían al herrero, mientras el monumento ardía y las lenguas del fuego amarillo matizaban el oscuro de la noche, los diablos caminaban, bailaban, movían sus caderas, cinturas, brazos y piernas, no estaban un rato quietos y sus máscaras repleta de cuernos se mantenían firmen como todo un “señor diablo”. Eran bastantes, casi 50 alegres fiesteros que con su comparsa ensalzaron lo que es esa Diablada de Píllaro.
Los personajes
La Diablada llegó desde Píllaro, el cantón tungurahuense que, según su gente, es la cuna de Rumiñahui. Para los protagonistas de esta célebre fiesta declarada Patrimonio Cultural Inmaterial del Ecuador, “la diablada es una muestra de la liberación de los cuerpos y conciencias a través de diablo, personaje europeo que se ha reconfigurado como método de sublimación en la épica de la colonia”.
Un desfile cromático, caracteriza el desfile de comparsas, en ellas prima dos colores: el rojo y el negro, los colores de satanás; blusa y pantalón de rojo intenso, zapatos negros, máscara roja-negra. Visten así porque a decir de los diableros: el “diablo lleva la batuta en el desfile”.
El diablo tiene siete pasos definidos para bailar, así lo sabe y dice Jefferson Jazmani, pillareño que lleva seis años bailando en las diabladas. Aún le faltan siete más por bailar, hasta cumplir con la promesa, pues según los legendarios, hay que bailar 13 años seguidos en la diablada para que el diablo no le “hale de la patas”.
Jefferson es de los actores que conoce cuatro pasos de baile, “se llega a dominar los siete cuando se baila por más de 20 años”, eso explica el joven que tiene cuatro máscaras elaboradas por él mismo con alambre, papel reciclado, revestidas de papel mashé y cuyos gruesos dientes los elaboró con huesos de res desechados después de un suculento caldo.
El diablo baila solo, no baila en pareja, para eso están las “parejas de línea”, hombre y mujer que interpretan los bailes de salón criollos y llevan ropas casi formales; el bailarín luce un pantalón negro, camisa blanca, un pañuelo de seda que cubre sus hombros, el sombrero forrado con brillante papel celofán y la máscara de malla.
Esa máscara recrea el rostro de un hombre blanco de ojos azules, pómulos rosados, labios rojos. “Así lo han escogido desde nuestros antepasados, es una tradición que se arrastra de años, el usar la máscara”, dice uno de los bailarines. La bailarina lleva máscara con las características de una fémina blanca, un pañuelo cubre su cabeza, un vestido de doblones, zapatos bajos.
La pareja en línea son expertos en bailar los cuatro ritmos tradicionales de la serranía ecuatoriana que comandan en la diablada: sanjunaitos, albazos, pasacalles y el Píllaro Viejo, tonada que es como el himno de los pillareños. En medio de diablos y bailarines está “la guaricha”, personaje que pone un matiz de color y alegría. Las “guarichas” son hombres disfrazados de mujer, son el personaje de madre soltera en búsqueda de un nuevo protector para su hijo.
La guaricha lleva un vestido hasta las rodillas, una máscara de malla, el sombrero y cintas de muchos colores que son parte de su atuendo. Es común en la guaricha llevar a la mano una botella de licor y dar a probar el brebaje a todos los presentes. Entre la comparsa hay un hombre que con una escoba barre la calzada y mientras lo hace acompaña a la comparsa.
Él es un “capariche”, típico actor de las diabladas; su escoba lleva espinas para abrir camino, siempre está en primera fila. Una figura que es el común denominador en las fiestas mestizas andinas de nuestro país sin duda es “el chorizo”, (o payaso de morcilla), éste no falta en la diablada.
El payaso de pantalón ancho y circular, con arandelas en sus bastas, de camisa colorida, bonete o gorra, máscara y un chorizo hecho de tela, es un personaje jovial, alegre; con el chorizo abre camino para los danzantes.
En Píllaro el Colectivo Minga, Gestión Cultural Independiente presentó dos componentes más de la diablada: “El oso y el cazador”, estos últimos cuentan en la historia de la diablada, siempre fueron parte protagónica de los desfiles. (BSG)–(Intercultural).
El concepto de familia.
En la Diablada de Píllaro el baile se revive con el concepto de una familia, personajes que comparten una jerarquía unilateral, cinco parejas de líneas dispuesta en la parte central de la partida bailan esos ritmos que salen de las bandas de pueblo en representación de la dualidad. Los diablos son jocosos, con rasgos de picardía y desobediencia, subversión y liberación, son los guerreros que abren camino a la partida y el resguardo de las parejas de línea.
El diablo siempre lleva el fuete, pata de venado y veta, las armas que todo guerrero porta para su fin. “El diablo divierte a toda la gente con su dramatización, es picante, tiene el toque de picardía del pueblo pillareño; todo eso sale a flote, estar de diablo es burlarse del diablo, pero también de la vida cotidiana que llevas, es salir de esa rutina”, eso añade Jefferson.
Las máscaras causan asombro por sus, tres, cuatro, cinco, siete y hasta 15 cuernos, muchos de esos cuernos son de ganado, venado, chivo, borrego. “Mientras más grande sea la máscara de diablo y más cachos lleve, mayor temor causa en el espectador”, eso lo saben los artesanos de Píllaro, cantón que se ha convertido en el epicentro para la elaboración y creación de caretas y vestimentas de variados personajes.
Los diablos, el capariche, la guaricha, las parejas de línea, el oso y el cazador, el chorizo, bailaron, saltaron, al ritmo de la “Chola Cuencana”, “Por eso te quiero Cuenca”, “Cuencanita”, gritaban “ViVa Cuenca”, “Viva Píllaro”. Esa pequeña muestra de la fiesta de la diablada unió dos pueblos, de dos regiones, de dos polos, de la parte norte y la parte del sur del Ecuador. (BSG).