viernes, 20 de mayo de 2016

“El diablo baila solo” en la Diablada de Píllaro

Los personajes de la popular fiesta del norte del país, presentaron en Cuenca una muestra de una de las grandes manifestaciones culturales de Tungurahua. 




 Los Diablos de Píllaro llegaron a Cuenca. Vestidos de rojo y con máscaras saturadas de cuernos se tomaron la Plaza del Herrero, la noche del martes, en el sector de Las Herrerías. Era de noche, el oso negro necio, más necio que su cazador, entre los dos tomaron la delantera.

Detrás de ellos venía la banda de pueblo con sus trompetistas, trombonistas, percusionistas que entonaban sanjuanitos, pasacalles y ponían el ritmo a la fiesta. Después de los músicos estaban 17 diablos saltando, bailando, haciendo retumbar en el suelo el fuete (chicote) hecho de pata de venado y una gran cuerda de cuero de res.

Pero los diablos no estaban solos, los acompañaban decenas de bailadores; las parejas de línea, el capariche -ese barrendero que en son de limpiar el piso dispersaba espinas-. Estaba la guaricha, vestida de azul, el payaso de morcilla o de chorizo, como ellos dicen.

La noche estaba “infernalmente” alegre. Las llamas envolvían al herrero, mientras el monumento ardía y las lenguas del fuego amarillo matizaban el oscuro de la noche, los diablos caminaban, bailaban, movían sus caderas, cinturas, brazos y piernas, no estaban un rato quietos y sus máscaras repleta de cuernos se mantenían firmen como todo un “señor diablo”. Eran bastantes, casi 50 alegres fiesteros que con su comparsa ensalzaron lo que es esa Diablada de Píllaro.



Los personajes 

La Diablada llegó desde Píllaro, el cantón tungurahuense que, según su gente, es la cuna de Rumiñahui. Para los protagonistas de esta célebre fiesta declarada Patrimonio Cultural Inmaterial del Ecuador, “la diablada es una muestra de la liberación de los cuerpos y conciencias a través de diablo, personaje europeo que se ha reconfigurado como método de sublimación en la épica de la colonia”.

Un desfile cromático, caracteriza el desfile de comparsas, en ellas prima dos colores: el rojo y el negro, los colores de satanás; blusa y pantalón de rojo intenso, zapatos negros, máscara roja-negra. Visten así porque a decir de los diableros: el “diablo lleva la batuta en el desfile”.

El diablo tiene siete pasos definidos para bailar, así lo sabe y dice Jefferson Jazmani, pillareño que lleva seis años bailando en las diabladas. Aún le faltan siete más por bailar, hasta cumplir con la promesa, pues según los legendarios, hay que bailar 13 años seguidos en la diablada para que el diablo no le “hale de la patas”.

Jefferson es de los actores que conoce cuatro pasos de baile, “se llega a dominar los siete cuando se baila por más de 20 años”, eso explica el joven que tiene cuatro máscaras elaboradas por él mismo con alambre, papel reciclado, revestidas de papel mashé y cuyos gruesos dientes los elaboró con huesos de res desechados después de un suculento caldo.

El diablo baila solo, no baila en pareja, para eso están las “parejas de línea”, hombre y mujer que interpretan los bailes de salón criollos y llevan ropas casi formales; el bailarín luce un pantalón negro, camisa blanca, un pañuelo de seda que cubre sus hombros, el sombrero forrado con brillante papel celofán y la máscara de malla.



 Esa máscara recrea el rostro de un hombre blanco de ojos azules, pómulos rosados, labios rojos. “Así lo han escogido desde nuestros antepasados, es una tradición que se arrastra de años, el usar la máscara”, dice uno de los bailarines. La bailarina lleva máscara con las características de una fémina blanca, un pañuelo cubre su cabeza, un vestido de doblones, zapatos bajos.

La pareja en línea son expertos en bailar los cuatro ritmos tradicionales de la serranía ecuatoriana que comandan en la diablada: sanjunaitos, albazos, pasacalles y el Píllaro Viejo, tonada que es como el himno de los pillareños. En medio de diablos y bailarines está “la guaricha”, personaje que pone un matiz de color y alegría. Las “guarichas” son hombres disfrazados de mujer, son el personaje de madre soltera en búsqueda de un nuevo protector para su hijo.

La guaricha lleva un vestido hasta las rodillas, una máscara de malla, el sombrero y cintas de muchos colores que son parte de su atuendo. Es común en la guaricha llevar a la mano una botella de licor y dar a probar el brebaje a todos los presentes. Entre la comparsa hay un hombre que con una escoba barre la calzada y mientras lo hace acompaña a la comparsa.

Él es un “capariche”, típico actor de las diabladas; su escoba lleva espinas para abrir camino, siempre está en primera fila. Una figura que es el común denominador en las fiestas mestizas andinas de nuestro país sin duda es “el chorizo”, (o payaso de morcilla), éste no falta en la diablada.

El payaso de pantalón ancho y circular, con arandelas en sus bastas, de camisa colorida, bonete o gorra, máscara y un chorizo hecho de tela, es un personaje jovial, alegre; con el chorizo abre camino para los danzantes.

En Píllaro el Colectivo Minga, Gestión Cultural Independiente presentó dos componentes más de la diablada: “El oso y el cazador”, estos últimos cuentan en la historia de la diablada, siempre fueron parte protagónica de los desfiles. (BSG)–(Intercultural).




El concepto de familia.

 En la Diablada de Píllaro el baile se revive con el concepto de una familia, personajes que comparten una jerarquía unilateral, cinco parejas de líneas dispuesta en la parte central de la partida bailan esos ritmos que salen de las bandas de pueblo en representación de la dualidad. Los diablos son jocosos, con rasgos de picardía y desobediencia, subversión y liberación, son los guerreros que abren camino a la partida y el resguardo de las parejas de línea.

El diablo siempre lleva el fuete, pata de venado y veta, las armas que todo guerrero porta para su fin. “El diablo divierte a toda la gente con su dramatización, es picante, tiene el toque de picardía del pueblo pillareño; todo eso sale a flote, estar de diablo es burlarse del diablo, pero también de la vida cotidiana que llevas, es salir de esa rutina”, eso añade Jefferson.

Las máscaras causan asombro por sus, tres, cuatro, cinco, siete y hasta 15 cuernos, muchos de esos cuernos son de ganado, venado, chivo, borrego. “Mientras más grande sea la máscara de diablo y más cachos lleve, mayor temor causa en el espectador”, eso lo saben los artesanos de Píllaro, cantón que se ha convertido en el epicentro para la elaboración y creación de caretas y vestimentas de variados personajes.

Los diablos, el capariche, la guaricha, las parejas de línea, el oso y el cazador, el chorizo, bailaron, saltaron, al ritmo de la “Chola Cuencana”, “Por eso te quiero Cuenca”, “Cuencanita”, gritaban “ViVa Cuenca”, “Viva Píllaro”. Esa pequeña muestra de la fiesta de la diablada unió dos pueblos, de dos regiones, de dos polos, de la parte norte y la parte del sur del Ecuador. (BSG).


sábado, 14 de mayo de 2016

Mariela Condo: su canto nació del canto cotidiano de su comunidad


“El chumbi o faja es parte de la vestimenta y de los elementos con los que yo me ido quedando porque viene de mis abuelas, de mi madre, con eso nos decoramos, como todas las mujeres, y eso me gusta de ser mujer”





Su cabello negro como de azabache cubría su espalda y las puntas rozaban con el chumbi o faja rosada, tejida con esa identidad de la cultura puruhá. Esa faja rodeaba la cintura y ceñía en su cuerpo, espigado, el vestido rosado largo que dejaba ver los zapatos del mismo color. La artista Mariela Condo llegó así de natural, elegante, original, para el concierto que brindó en Cuenca. 

De su cuello colgaban collares gruesos de eslabones vistosos, en tonos rojos, azul-celestes y verde-oliva. Mariela, en el escenario, hace historia. Cada concierto es un paneo a su trayectoria como cantante, a todo ese arte que sabe hacer en la interpretación y escritura de algunas letras. El repertorio siempre incluye canciones de sus tres producciones, empezando con “Shuk Shimi Waranka Shimi (“Una voz, mil voces”) grabado en el 2007; “Vengo a ver”, del 2012, y de su trabajo 2015, denominado “Pinceladas”. 

A donde va, Mariela es una mujer que sienta su identidad -la de su etnia Puruhá- en algunos principios; su vestimenta, las canciones en quichua, algunas expresiones de su pueblo. “El chumbi o faja es parte de la vestimenta y de los elementos con los que yo me ido quedando porque viene de mis abuelas, de mi madre, con eso nos decoramos, como todas las mujeres, y eso me gusta de ser mujer”, eso expresa la cantante cuando refiere a una de las cualidades de identidad que tiene su etnia. Era de ver como el micrófono que amplificaba su voz tenía una borla alargada, hecha con los colores de la whipala, el símbolo de las culturas andinas de América. 
Sí, era de ver al pequeño pedestal desde donde pendían las cintas rosadas, púrpuras, verdes, rojas, celestes, amarillas. “Esa borla siempre va en el micrófono”, dijo Rafael Minga, el virtuoso guitarrista lojano que acompañó a la artista ecuatoriana en el escenario. De la voz fina, dulce, salieron versos como: “Vengo a ver si la música/ de una vez nos salva/ Vengo a ver si el poema/ de una vez, me levanta”. 
Esa canción se llama así, como el gran disco “Vengo a ver”. No faltaron los versos en quichua “Yaku shungu yai”, por ejemplo, y la primera canción que escribió para “Vengo a ver: “Sin aviso”, una canción que dice: “Baila con la angustia, canta con el desamor/ se toma un trago con el deseo/ luego otro y otro más/ Hasta quedar borrachita, intentando olvidar”. Cada canción deja una conmoción por el sentimiento que encierra. En un ritmo casi como el huayno se escuchó “Flor de quebrada”, esa melodía se asemeja a una oración a todas esas cosas que tienen los Andes, a lo que se vive entre los chaquiñanes, el páramo, la lluvia, el viento. “Florcita de las cumbres/ florcita de las nubes/ florcita de las alturas/ florcita del alto páramo /florcita del alto frío/ florcita de pajonales…”.

Su incursión en la música
Nacida hace 32 años en la comunidad de Cacha, que adquirió el rango de parroquia en 1982 en el gobierno del extinto presidente Jaime Roldós, allá en el cantón Riobamba, de Chimborazo, Mariela -una mujer de ojos rasgados, labios gruesos y tez canela- interpreta canciones que muchos ecuatorianos las denominan como la: nueva música ecuatoriana, término no muy aceptado por ella, pues en su razonamiento lo que es nuevo ahora, mañana será viejo. 
Su historia en el mundo de la música tiene casi 30 años, hay quienes sostienen que empezó a los tres, ella afirma que esto del canto y la música, pero sobre todo el canto, estaba en la comunidad indígena, entre sus abuelos y abuelas. El canto es un elemento cotidiano en su tierra, acompaña cada actividad. De eso heredó el arte de cantar, por esas cosas que vio y escuchó se quedó cantando. Esas raíces de sangre están en su canción “El trigo y el sol” escrita para su abuelo. 
“El trigo y el sol amasan el color de tu piel/…. Manuelito, Manuelito… la, la, la, laraila, laraila…. Tu siempre tejes y cantas/ de poncho rojo caminas/…”. Mariela no tiene una fecha exacta de inicio en lo que hoy lo hace como toda una profesional. Poco a poco, en el camino encuentra y descubre las bondades de la música. Cada paso que da en su trabajo le permiten entender que cantar es descubrir, aprender, encontrar, reforzar, educarse, es un camino bastante extenso.



De dónde viene
Un abrigo de color púrpura similar al tono del florecer de la quinua tierna, le recuerdan que así es su cultura, esa cultura donde nació y fue su primer entorno, marcado por el ambiente familiar de los abuelos y el paisaje medio dorado de los espigas maduras, de la tierra negra, tan negra como sus cabellos, de las alfombras verdes formadas por la chacra tierna y las papas, lo que, de hecho, está implícito en sus canciones. 
Con el pasar de los años esas vivencias se nutrieron de otros ambientes: del urbano donde vivió cuando cursó la escuela; el capitalino, allá en Quito, donde estudió en el Conservatorio Nacional; del mundo cosmopolita, durante su estadía en el extranjero. Además, se nutrió de los amigo, de la nueva familia que hizo a través de la música, todo eso dan forma a sus propuestas.
“Canten, canten, canten, que cantando se desenreda el alma”, así motiva la artista a sus seguidores cantar, a entonar versos, esos que están en la canciones tan ecuatorianas como: “Abra la puerta, señora, véndame un canelacito, deme unito, deme otrito, hasta quedar chumadito”, o a cantar las coplas de Licto, versos que nacieron en esa legendaria parroquia chimboracense. Algunas de esas coplas dicen: “En esta esquina, baila un payaso/ sale, guambrita, dale un abrazo/”. “Ay de mí, hay de vos, en una cárcel los dos/ comidos o no comidos, pero juntitos los dos/.

La música y la poesía
Son sus canciones, sus letras las que conmueven en cada escucha. En su repertorio encontramos dos melodías de sus abuelos, son canciones que forman parte de su legado cultural. Otras propuestas son creaciones de autores diversos y no faltan las que surgen desde su trabajo como artista de la música y de sus vivencias.
Mariela es una profesional en el canto, pero otros de sus apegos es la literatura. Leer e investigar es parte de su trabajo. Cómo no hablar de Juan Gelman, poeta argentino que la conmovió con su historia de vida. También le cautiva Antonio Porccia, poeta italo-argentino, a quien la artista lo reconoce por sus propuestas impresionantes que pretenden simplemente encontrar en palabras sencillas esa profundidad de belleza. Y de las letras ecuatorianas, el apego es para la obra de Medardo Ángel Silva y la generación de los decapitados. 

“Hay tanta poesía linda, no soy una experta en poesía, ni poetas pero me apego a los voy encontrando”, eso afirma la autora de “Shuk Shimi Waranka Shimi”, “Vengo a Ver” y “Pinceladas”, artista para quien entre sus aficiones está el relato, y entre esas las obras “El barón rampante” y “La jornada de un escrutador”, de Ítalo Calvino, escritor cubano, hijo de padre italianos. Canciones en quichua, canciones en español, canciones a la vida, a la naturaleza, al amor, a la gente, la cromática musical de Mariela Condo, es rica, diversa, real, es muy amplia. (BSG)

Los instrumentos ancestrales musicales de Adolfo Idrovo



Adolfo Idrovo tiene 64 años, es luthier, (constructor), su especialidad es la elaboración de instrumentos andinos como rondadores, flautas, bocinas, silbatos y otros. En 1988 participó con su arte en film de Hollywood. 




En la década de los años 60, 50 años atrás, un pingullo o un rondador elaborado por artesanos de la parroquia El Cabo, del cantón Paute, no costaba ni siquiera un sucre, la desaparecida moneda nacional. Los artesanos sorteaban el tiempo y la distancia para llegar al mercado Nueve de Octubre de Cuenca y vender un pingullo en 20 centavos de sucre (dos “reales”); o un rondador en cuatro “reales” (40 centavos de la extinta moneda). 

A pesar de esos precios bajos, Adolfo Idrovo nunca pudo comprar uno de esos instrumentos sonoros. Como dice: “no tenía los dos reales y si los tenía, la prioridad era comprar pan o cualquier otro alimento”. No, no los compró, pero quedó grabado en su subconsciente la afición a ellos. En ese entonces tampoco pensó que con el paso de unos pocos años se convertiría en un productor de instrumentos ancestrales andinos; que sus manos se dedicarían a dar forma a rondadores, payas, zampoñas, quenas, pingullos, flautas, silbatos y tantos otros. 

Y, claro, jamás imaginó que su arte también le llevaría al cine, a ser parte de la famosa película “Vibraciones”, filmada en 1988, en Cuenca, Cojitambo y otros lugares de esta zona, con la famosa cantante norteamericana Cyndi Lauper y los actores Jeff Goldblum y Ramon Bieri, película dirigida por Ken Kwapis. No pudo comprar de pequeño un instrumento, pero en su convicción está claro que fue parte del “folclor que vivió”, y la parte que le impactó y cautivó tanto, así como los danzantes, los curiquingues y muchas cosas que ha vivido de la cultura popular y que en la actualidad se ha tergiversado. Adolfo cree que gran parte de la cultura originaria nuestra se ha perdido. Idrovo tiene 64 años, su tarea no es solo de luthier, es un experto en músico-terapia y así como elabora instrumentos, los interpreta, a través de ellos imparte salud. 


De las cañas a la música 

Una quena hecha con duda (una especie de carrizo) fue el primer instrumento que salió de las manos de Adolfo. De la misma duda con la que los artesanos de San Joaquín hacían los cestos, con ellos dieron forma a su primer obra. Luego vinieron las zampoñas de “Kalitubo” (la marca de una tubería de plástico para construcción). Tanto fue el amor por los sonidos andinos, que Adolfo visitó uno de los museos de la ciudad donde encontró los silbatos ancestrales de cerámica. En su mente grabó la forma de esos instrumentos arqueológicos, históricos y ancestrales, no descuidó ni un detalle para al final elaborarlos y así incrementar su portafolio de instrumentos musicales de viento, muy andinos y apegados a las culturas originarias del austro ecuatoriano. 

“Ecuador es un país rico en cañas huecas”, dice el luthier, y así como se las corta con facilidad, se las une también sin mayor problema. La duda, el zuro, la zada, zadilla, el carrizo, el bambú propiamente dicho y la caña guama o guadúa (vegetales que están dentro de la familia de los bambúes) son ideales para hacer los instrumentos propuestos por Idrovo, novedosos, fruto de su creatividad: “Preparo la caña guadúa, la dejo un solo tubo largo, luego la descascaro y dejo de un cierto grosor. Dentro de ese canuto largo, introduzco palillos delgados hechos de la duda, terminado ese proceso le sumo semillas de platanillo o achira y cierro el tubo con un tapón, cuando se lo vira, se produce el choque de las semillas y eso da el efecto del agua”. 

Esa planta tiene la cualidad de lograr sonidos de gran calidad, sonidos que fueron parte de “Vibraciones”, la película donde Adolfo tocó la paya y un rondador e interpretó sonidos que identificaron a la música de nuestro pueblo y los instrumentos aquí elaborados.(BSG) 




La semilla viva del luthier, constructor 

La historia de Adolfo Idrovo es una cosa loca. De muchacho, su madre y abuela le enviaban a aprender oficios. Estuvo en un taller de carpintería, luego en uno de joyería y por último, como panadero. “Nada de eso me gustó, pero de cada uno de esos oficios aprendí fórmulas que aplico en el arte de hacer instrumentos de viento para música andina”, afirma. El fuelle del acordeón que se abrió por la destreza de las manos de una de sus primas le despertó el interés por la música. Ella y José Castelví, primer director de la Orquesta Sinfónica de Cuenca, confabularon a su favor. 

El hoy sacerdote y entonces director del Conservatorio José María Rodríguez, le concedió una beca para estudiar cómo ejecutar la viola. Pero hay un tercer implicado en la suerte de luthier (constructor de instrumentos) y músico de Adolfo Idrovo, el músico Luis Arindia. Él le llevó al mundo de los vientos andinos, de una gira que Arindia realizara por Bolivia le trajo una quena y una zampoña. El solo tocarlas y transmitirles el aire de sus pulmones fue suficiente para que Idrovo descubra todo lo que con ellas se puede hacer. 

La música protesta Era la década de los años 1970, Chile vivía el golpe de estado, el derrocamiento del presidente Salvador Allende y empezaba la era de Pinochet. La música entonces se convirtió en uno de los lenguajes de protesta. Esas vivencias políticas latinoamericanas fueron parte del empuje para Adolfo y su amigo Efendi Carpio, odontólogo, con quien logró crear algunos instrumentos. “Escuchábamos sonidos, al principio fue solo de oído, luego con afinador, así llegamos a perfeccionar el trabajo”, argumenta… Ese fue el impulso, el empuje para que el profesor, hoy jubilado, pero un incesante constructor de instrumentos empezara a estudiar la estructura y las variedades de los mismos. 



Leer historia para producir 


Elaborar los instrumentos no es cuestión de pura aptitud, hay que revisar la historia. El rondador, por ejemplo, es un aparejo de música ancestral, tiene una estructura pentafónica y se elabora con 16, 22 y 23 tubos, de acuerdo a lo que se quiera poner. Se toca de dos en dos y el soplo produce armonía. Se dice que con la llegada de los españoles se mezcló la escala de sonidos traídos desde Europa con la escala armónica indígena. 

“Nuestros antepasados amaban su armonía y eso es lo interesante de nuestros instrumentos, ellos hicieron armonías que en la actualidad son agradables a los oídos”, así expresa Adolfo. La paya, por su parte tiene una estructura pentafónica y solamente ocho tubos. Las Flautas de Pan y varios silbatos se hacen con un solo canuto (caña). Los pequeños y delgados instrumentos son importantes dentro de la música de nuestros pueblos, pues así como se emplean para interpretar música, también son los mejores para crear efectos, como el silbo de los pájaros. (BSG).

via Blogger http://ift.tt/1TgKNpz
May 14, 2016 at 03:43PM
via Blogger http://ift.tt/1YslnXk
May 14, 2016 at 03:43PM
via Blogger http://ift.tt/1rMiEgX
May 14, 2016 at 04:15PM
via Blogger http://ift.tt/1Wy4i0u
May 14, 2016 at 04:16PM
via Blogger http://ift.tt/1TgMJhQ
May 14, 2016 at 04:16PM
via Blogger http://ift.tt/1rMiDJZ
May 14, 2016 at 04:16PM
via Blogger http://ift.tt/1Xrxfe3
May 14, 2016 at 04:17PM
via Blogger http://ift.tt/1sc726R
May 14, 2016 at 04:17PM

lunes, 25 de enero de 2016

El Rucuyaya o Yurac, el personaje de las contradanzas




Al Rucuyaya también se lo conoce como “Yurac”, que quiere decir sabio o persona que acumuló conocimientos. En los pueblos indígenas, el mayor o yurac se sienta adelante y es quien hace los rezos y el pedido a la Pacha-mama,

En la pequeña loma que rodea la plaza central de Junducucho, el pueblo se reunió para disfrutar del sexto día de fiesta en honor de San Antonio. Ese fue el día para que algunos chicos de la comunidad reciban el sacramento de la confirmación y para la celebración, sus padres y parientes lucieron las mejores galas. Hombres y mujeres llevaron sombreros blancos de lana, algunos con dos borlas que colgaban en un lado y otros con sombreros que llevaban cintas.
Las mujeres lucían polleras de muchos colores, unas largas de un vuelo y otras cortas de dos vuelos, esas prendas se combinaban con la lliglla en las más jóvenes y el reboso sujetado con el tupo, en el caso de las mujeres adultas y ancianas. Era de ver como algunas cargaban con las chalinas unos quipis, o atados, que estaban tan cubiertos y no se veía que hay dentro de ellos.
En la fiesta, antes de ir al espacio para la ceremonia y juego de la escaramuza, todos disfrutaban de la comicidad y ocurrencias de dos rucuyayas, quienes junto a un grupo de niñas y chiquillos, como también de adolescentes que hacían de damas, hicieron la contradanza que terminó con el baile del tucumán.
En el centro de la plaza, sonaban los pingullos y el redoblante, era música cañari creada por el conjunto “Intiñáñ”, integrado por tres hermanos Guamán, que han recorrido más de cinco décadas en la música. Todas las melodías pertenecen a sus ancestros y fueron alegres para que los contra-danzantes, las damas y los rucuyayas bailen y bailen, por toda la plaza.
El protagonismo del rucuyaya
Un reir incesante, ya sea por sus palabras, gestos, ademanes y vestimentas, despertó en la comunidad la presencia del Rucuyaya, personaje que en la cultura andina cañari es el adulto, el mayor, no sólo por la edad, sino porque es un portador de conocimientos, que los acumuló a lo largo de su existencia.
Al Rucuyaya también se los conoce con el nombre de “Yurac”, que quiere decir sabio o persona con cúmulo de conocimientos. En una mesa de reunión de los pueblos indígenas, el mayor o yurac se sienta adelante, es la persona de mayor edad quien hace los rezos y el pedido a la Pacha-mama,
El Rucuyaya es toda una leyenda y quien lo representa, se prepara con tiempo para dejar bien sentado la razón de ser. Es muy alegórico, lleva unos pantalones largos y sobre ellos una pantaloneta para proteger su órgano reproductor, eso los combina con polines rojos, zapatos bajos y suaves para bailar, una camiseta o camisa, chompas comunes y casacas de cuero. La abundancia de su ropaje es una de sus características.
Lo más llamativo del Rucuyaya es la máscara, un gigante embuchado que cubre su cabeza y deja espacio para los ojos, nariz y boca. La máscara es la alegoría de un “rucu”, es decir de un anciano, con una nariz larga y abundante pelo entre blanco, negro y café; también tienen barba y cejas de preferencia blancas. Todo eso está elaborado con hilo grueso
En la espalda carga un gran sombrero de esterilla, casi nunca se pone, pero es un elemento que no puede faltar en el atuendo. El Rucuyaya siempre carga una botella que cruza su torso y un chicote, hecho de cuero de ganado o beta no muy gruesa, con este aparato persigue a quienes le molestan. Hay rucucyayas que tocan guitarra y acordeón, quien lleva el disfraz es libre de lucir y hacer el show.
“Juan Pelamonte Bajadespacio”
“Quiere su marido, ahí vienen el negro ve, es un feo negro”, dice “Juan Pelamonte Bajadespacio” (nombre que se le da a este personaje), el hombre de 77 años, que por más de 20 hace el papel de rucuyaya en la fiesta de San Antonio. “Matamos 80 vacas, 500 caballos, yo hago todo por fe y porque quiero a las mujeres y las mujeres me quieren a mí; todas las que están allí son mío no más, son como ochenta y siete mujeres y para todas tengo”, dice Juan.
El hombre se confeccionó su traje y máscara, para eso tomó un pantalón con bolsillos, se cubrió los brazos, piernas y hombros y “hueco”. El bailó un día entero. “Bailo por mi habilidad ysoy más fuerte y macho, esto enseñé a mis nietos, para que sigan ofreciendo a San Antonio”, argumentó el personaje.
El baile de las contradanzas
Cuando el rucuyaya llega, la fiesta empieza. El es quien guía el baile de las contradanzas y las damas. Las damas son jovencitas que bailan con un sombrero y un velo les cubre el rostro. Ese velo, en la cultura cañari, es un simbolismo para protegerse de los malos espíritus. Ese velo protege a las niñas y señoritas de los malos espíritus, que están a veces en el ambiente.
Cada rucuyaya lleva lo que él piensa que hará reír. El rucuyaya a veces no mide peligro, hace chistes, se burla de todos, de las señoritas especialmente; se tira al piso, los niños le halan el sombrero, el chicote, la camisa o chompa, intentan darle puntapiés. Él simula que está muriendo, se da volantines o volteretas, es todo un espectáculo.
Las damas y los contradanzates hacen dos columnas, unos bailan por el lado derecho de la pista y otros por el izquierdo. Los rucuyayas siempre están adelante y hay un punto de encuentro entre contradanzates y damas. Los que bailan lo hacen por fe, nadie los selecciona y, según los miembros de la comunidad, muchos de ellos a lo mejor recibieron algún beneficio, milagro o están pidiendo algo, alguna solución a un problema a su santo patrono, San Antonio.
La contradanza es un término castellano que significa contra y danza, porque es un baile donde los dos grupos de bailarines se encuentran, unos vienen por aquí y otros llegan por allá, en ese punto de intersección se da el encontrón, y por allí viene la nominación de la contradanza, “esa es la mejor explicación que tenemos”, dijo uno de los habitantes del sector.
Varias salidas y el baile del tucumán
Son muchas salidas que hacen los bailarines de la contradanza. El baile es arrastrando los pies, su característica no es lo ligero, sino a un ritmo que nadie se canse, porque son tantas intervenciones y hay que guardar fuerzas para bailar el tucumán, que es la parte final de la contradanza.
Para tejer las cintas, dos hombres adultos sujetan el poste desde donde penden las cintas rojas, amarillas, violetas, azules, verdes; son cintas de siete colores que representan los siete colores del sol, del arco iris. Cada uno de los 25 danzantes toma una cinta y al mismo ritmo con el que bailan la contradanza van tejiendo, hasta que el poste quede revestido de colores.
Las niñas y damas contradanzantes lucen el pañuelo o lligllas en la espalda, mientras los hombres cuelgan de un sombrero o sobre el hombro finas trenzas. Wilson Geovanni, un chiquillo que participó en la fiesta, tenía el atuendo de mujer, el baile lo aprendió de su hermano mayor. “La contradanza se hace saltando, para participar hay que prepararse bien ,al menos unas tres horas antes de bailar. Este es el segundo año que bailo y lo hago por fe y porque me gusta el baile”, afirma el pequeño.
Juan Daniel Guamán Aguayza, de diez años, hizo de rucuyaya. Con su propia destreza preparó la ropa, mientras la máscara, el sombrero de esterilla los hizo su papá. Esta fue la primera vez que bailó.
“Gracias compañeros y primero entrego el beso dorado”, dijo “Juan Pelamonte Bajadespacio”, todo ello en quichua. La gente rió ante las ocurrencias. Su discurso fue una alusión a su rol que cumple en la animación de la fiesta. “Sus palabras son de humor, para que el público se sienta alegre. Es típico que un rucuyaya hable quichua y eso se da cada año”, comentó Gladys Santos, de Quilloac. (BSG)-(I)

El Raymi Ancestral, la fiesta donde se expresa la dualidad hombre-mujer



En la convicción cultural y de vida de la cultura cañari, el hombre y la mujer son la complementariedad. Un hombre no puede estar sin una mujer y la mujer no puede estar sin el hombre, según su filosofía, los dos tienen que vivir y enfrentar la existencia, en armonía con la naturaleza.
Para ellos, en la modernidad lleva a los seres humanos a ser homogéneos, y el primer elemento en el cual se nota esta característica, es la vestimenta. Esta homogeneidad en el vestir, es algo contra lo cual luchan los cañaris, tal es así que para algunas fiestas, la mujer decide la ropa que el hombre lucirá.
Es la esposa quien solicita a los tejedores elaborar un poncho para la ceremonia. El esposo no sabe el color, ni qué ribetes tendrá esa prenda que, a manera de sorpresa, la tendrá lista para el día de la fiesta; todo porque es la esposa es quien definió el color de la prenda y otros aspectos. De ahí surge ese pensamiento, que los hombres cañaris no visten para la sociedad y el pueblo, es la esposa quien decide y define cómo quiere ver a su esposo lucir en la fiesta.
Así como la mujer define la estética en la vestimenta de su esposo, de igual forma el esposo es quien determina el ropaje que su compañera lucirá en la fiesta. Es él quien dice a su compañera, la pollera, la blusa y el reboso que lucirá. “Nos apoyamos mútuamente y esa dualidad se ve hasta en la vestimenta”, afirman.
Otro significado de la dualidad entre hombre y mujer es el pelo. El largo cabello en hombres y mujeres para los pueblos indígenas, tiene mucho significado; pero hay uno principal, el pelo largo es el elemento que une a la pareja. Todas las mañanas, la esposa teje la trenza a su marido, y cuando ella no está, es él mismo quien se peina, pero la trenza no tiene la misma estética, ni la perfección con la que lo hace las manos femeninas.
Así mismo, el hombre es quien hace la trenza a su mujer. En el momento que la peina, él revisa y analiza la cabeza de su compañera, a ver si de repente determina algún mal que afecte a su salud mental, emocional o física. Cuando la pareja llega a cierta edad y empiezan a salir las canas o pelos blancos y se hacen visibles; ella, su dualidad, saca las canas; la misma tarea cumple el esposo.
“Si un hombre empieza a andar por si solo, sin vigilancia de la mujer, significa que está con pelos blancos y está mal peinado y vistiendo la ropa que él quiere, eso por ejemplo significa que ese hombre empieza a buscar su propia ropa y la mujer también hace lo mismo y no está bien, porque son ropas que hay que comprar”, dicen.
La historia reseña que en los ancestros, la ropa era hilada por la mujer y el hombre; los dos hacían el par para tejer la hebra y decidir el color que tendrá el hilo y luego el tejido que dará forma a la prenda: El hombre era quien tejía, esa tarea también masculina se ha perdido en la contemporaneidad, ya no hay muchos hombres que tejen en la comunidad.
La dualidad hombre y mujer es indispensable en las comunidades cañaris. No es posible que el hombre viva solo, ni la mujer tampoco Todas esas cosas se expresan en el raymi ancestral, mucha gente dice hay que hacer la ropa para la fiesta de San Antonio, para la fiesta del Lalay Raymi, que es el carnaval cañari, la fiesta cuando la esposa hace la cushma, ese Lalay raymi que es el Pawcar Raymi, en feberero; el Inti Raymi, en junio; el Killa Raymi, en septiembre y para finalizar el año con al Kápac Raymi, en diciembre
Los dos en el Raymi Ancestral 
Al Raymi Ancestral van los esposos y las esposas, la pareja, porque ésta es la fiesta de la unidad, para algunas las comunidades de la provincia del Cañar.
Los cañaris de ahora se identifican como nacionalidad, no tanto como una etnia; para ellos, la etnia es un término antropológico utilizado por la cultura mestiza para denominar a los indígenas, por lo se identifican como pueblos y nacionalidades.
Los estudios realizados sobre esta comunidad, se refieren a la Etnia como un grupo de personas que comparten una misma cultura, lengua o formación social, que les permite identificarlos como parte de una etnia específica, quienes generalmente habitan en un territorio determinado.
Llegar a la fiesta es encontrarse con los familiares y amigos. En español y en quichua entablan diálogos. Hablan en quichua porque es, a decir de uno de sus líderes, el lenguaje que les dejaron los incas, porque su lengua originaria es el cañari y se asentaron en lo que son las provincias de Azuay y Cañar.
“El raymi mismo es un término quichua, aprendimos este idioma”, dice uno de ellos para quien el raymi, es un término que identifica a la ceremonia , en que los antepasados harían a los dioses y seres sagrados de ese tiempo, principalmente a los espíritus de los cerros, del sol, de la luna, a determinadas estrellas; como también a ciertas especies de animales considerados como hermanos vivientes.
Para los cañaris, los animales eran seres con espíritu y el hombre está en relación con ellos. Y así como mantenían ese vículo con estos seres vivos, también lo hacían con los cerros, que también tienen espíritus con quienes se comunican, esos son principios propios de su cultura, y un ejemplo de eso es la ceremonia que realizan en septiembre, cuando se dirigen a las huacas sagradas y pedir a los espíritus de los cerros que envían las lluvias, porque es la temporada cuando preparan la tierras que requiere suficiente humedad para poder sembrar, principalmente el maíz en noviembre.
“Nos vamos a las huacas y nuestros mayores también lo hacían”, dice Pedro Solano, quien argumenta que con la llegada de los españoles y la implantación de la religión católica, en los sitios donde estaban las huacas, se ubicaron imágenes religiosas para el culto católico.
Prueba de ello es Biblián, donde se ubicó la huaca sagrada de Shalo y donde ahora se erige el Santuario de la Virgen del Rocío; en el caso de Azogues, en la colina donde se asienta la basílica de la Virgen de la Nube, también fue un sitio sagrado de los cañaris; y el más reciente es el espacio de la huaca grande de Abuga, donde se emplazó la inmensa imagen de la Virgen de la Nube.
Esas huacas para los ancestros cañaris, fueron los lugares sagrados a donde acudían sus mayores, para desde ahí elevar oraciones, plegarias y establecer comunicaciones directas con los seres y espíritus de la naturaleza.
Y es que la relación huaca con lo femenino, no es una tan directa como se creería. Solano añade que en el pensamiento de los cañaris, no fue trascendente la diferencia entre hombre y mujer, porque dentro de su filosofía, el hombre y mujer son complementarios, son la dualidad. El principio no es el mismo que se acentúa en la cultura mestiza, un hombre con mayores derechos y mujeres con menos derechos. (BSG)-(I).


sábado, 16 de enero de 2016

Voces de Ébano, el espacio radial con participación de afrodescendientes



Exposición de vestimenta, desfile de moda con trajes de tendencia afro, gastronomía y muchas voces al micrófono, son la característica del programa que arranca hoy.
“Canción del niño negro y del incendio”, ese es uno de los poemas de Nelson Estupiñán Bass, escritor esmeraldeño que murió en el 2012, a los 100 años de edad. Ese poema reza así: “Negro, negro, renegrido,/ Negro hermano del carbón,/ Negro de negros nacido/ Negro ayer, mañana y hoy…/”.
Esos versos y otros más, creados por escritores afrodescendientes ecuatorianos y de otras partes del mundo que exaltaron a la vida, al amor, a su raza, se toman para difundirlos en “Voces de Ébano”, programa radial que el Movimiento Afro del Azuay inaugura hoy , para difundirlo a través de las ondas de Radio Católica Cuenca, 98.1 FM, de 15:00 a 16:00.
“Las palabras son fuego, es el elemento fuego de la madre naturaleza”. Eso dice Juan García, historiador de Esmeraldas, y Mama Yama o Iza de Aguiar, la líder de los afros en el Azuay, lo sabe y lo repite. Frases como esas también saldrán al parlante junto a textos de escritores como: Amada Cortés, Petita Palma, Antonio Preciado, y de creaciones que lleguen de otras partes del mundo, ya sean de Shirley o Epsy Campbell, de Costa Rica; o de algunos escritores afro de Brasil.
Un día de fiesta Para los afros radicados en esta ciudad, hoy es un día de fiesta. Abrir el espacio de comunicación con la población a través de la radio, es un logro en sus luchas por los derechos de este pueblo históricamente olvidado. No se trata de llegar solo a la cabina, sino a través de los micrófonos compartir con toda la comunidad, la cultura, la identidad, la ideología y esas cualidades que tienen los afros en el país.
“Voces del Ébano” será así como la piel morena y suave, tan suave y a la vez tan firme, que han soportado ese cambio histórico. “La piel del pueblo afro, esa piel tan fina y suave es tan delicada, que hay que cuidarla”, eso dice Nila de Aguiar, una de las activistas de la comunidad afro en nuestra provincia y quien es parte activa de este programa.
En la radio, los afros cantarán “Agua larga, agua larga, agua larga que corriendo va…”, una marimba mántrica escrita por el líder esmeraldeño más connotado del Ecuador como es Papá Roncón y que es el himno de su gente.
Es música mántrica, repetitiva, que cantan los que la saben, los que la sienten, los que se identifican con ella, hasta llegar a un momento de éxtasis y todas las voces al unísono, con esa fortaleza la repetirán: “Agua larga, agua larga, agua larga corriendo va”. Y es un himno, porque esa agua cuando es cantada, se refiere a las emociones de las féminas, de la naturaleza; por ese sentido de vida es que para los afro-ecuatorianos esta melodía es un himno que lo cantarán para abrir su espacio de comunicación.
Contenidos
Cultura, deportes, política, emprendimientos, personajes, son los segmentos determinados para “Voces de Ébano”. En la cultura está la música, la danza, la literatura, las tradiciones orales. En los personajes y emprendimientos están la gastronomía, con los tips y secretos de la cocina afro, que dejan saber los enigmas de un “encocado de pescado”, todo eso difundido por una gran mujer nacida en San Lorenzo y radicada en Cuenca, Marlene Nazareno, una emprendedora.
En el deporte también hay líderes afros y hay mucha historia detrás de toda esta comunidad que vive en Cuenca. “No es que llegaron como peloteros del Deportivo Cuenca, los afros llegaron a la ciudad con el fundador Gil Ramírez Dávalos”, dice Nila, quien tiene en carpeta para el programa, la presencia de figuras del deporte como Agustín Delgado, o de líderes sociales como la Presidenta de la Comisión Nacional de Pueblo afro-descendiente, entre otros.
Unir las voces de los afros
“Unir todas las voces para contar nuestra historia”, ese es el concepto de “Voces de Ébano” que junta las voces de varios protagonistas para hablar de tantos temas que hay en carpeta y entre ellos del Decenio de los Pueblos Negros, un proyecto importante que trabaja en tres ejes, que sustentan la lucha de los afros: la justicia, el empobrecimiento y el desarrollo.
Bajo la dirección del Movimiento Afro del Azuay, los invitados desarrollarán temas desde sus experiencias, destrezas y conocimientos, cada uno aportará al contenido de la radio revista semanal, que todos los miércoles se acercará a la ciudadanía para compartir con todas las culturas un programa diferente e innovador, que tiene la cualidad de ser curioso y nacer desde la naturaleza y sentir de este pueblo.
Este programa se relaciona con el tema de la interculturalidad; por ello, el pueblo afro que radica en Cuenca, en la provincia y el Ecuador, serán parte del programa que pretende paso a paso, lograr una transformación social, porque, como dice Nila, el tema de la exclusión, racismo y xenofobia no se acaban con decretos, sino con el cambio de conciencia de cada uno como ciudadano.
Miles de historias
Mama Yana afirma que “Voces de Ébano” es el espacio para contar poco a poco, las 33 millones de historias no relatadas. Entonces, este es el momento para aprender sobre la vida de tantos afros que están en la provincia, aquí es donde arranca el proceso de reconocimiento y visibilización, hasta reconstruir ese perfil de esta población que llegó a América para construirla.
Hechos contemporáneos y de la historia marcarán el contenido del programa de 60 minutos. Nila sabe que es importante conocer la historia para proyectar el hoy en día y de esa manera reconocer a quienes dieron su vida para el desarrollo. Allí es cuando sale a relucir el nombre de Alonso de Illescas, héroe fundamental para el reconcomiendo de los pueblos afros con la “República de Sambos”.
Música con melodías de grandes creadores afro; exposición y desfile con trajes propios de esta cultura llenos de colores; demostración de gastronomía, son algunos de los programas que extra micrófonos se realizará desde las 15:00 de hoy, en las instalaciones del antiguo Seminario San Luis, sede de Radio Católica Cuenca.
René Brito, director de la radio señaló que “Voces de Ébano” se difundirá a nivel del país con Radio Católica Nacional y la Red Corape, la idea es compartir el espacio con varias emisoras del Ecuador, para cumplir con la ley que determina la difusión de Contenidos Interculturales al menos en el 5% de la programación que dispongan.
Lo que se busca además es resaltar la presencia del Movimiento Afro del Azuay, que realiza actividades de manera permanente y está presente en el quehacer cultural de la ciudad. (BSG) – (Interculturalidad)

Las nuevas tendencias en la vestimenta cañari



Petrona Pizha es una mujer que se especilizó no solo en el corte, confección y bordado, ahora diseña las prendas y nuevos estilos a poner en los bordes, sin perder la identidad de su etnia Cañari.
En las calles Honorato Ochoa y Pinzhull, pasando la Panamericana, Petrona Pizha mantiene su taller de confección y bordado.
La mujer tambeña que viste de blusa blanca, pollera negra y unos zapatos bajos que le facilitan moverse de un lado a otro y rápido, se ha dedicado de lleno a incursionar en el diseño y confección de nuevas tendencias de ropa y moda, conservando la identidad cañari.
De su cuello cuelga la cinta métrica amarilla, una herramienta indispensable en su tarea de hacer costura, con ella obtiene la precisión de las medidas del cuerpo femenino, en el talle, el ancho y el largo de cada prenda.
Su taller es una galería. En un estante se exponen las telas acrílicas fabricadas en Ecuador de múltiples colores, predominan los verdes, fucsia, púrpuras, algunas tonalidades de colores naranjas y otros que la cliente puede escoger. Junto a la máquina overlock, reposan las polleras en procesos de producción, con filos bordados en hilo de seda y piedras de cristal para ropa.
En una mesa están los modelos de polleras, las antiguas tradicionales y las nuevas que tienen tendencia de un solo vuelo, con doblones finos y bordados anchos. Son polleras que se sujetan con reatas. En otro espacio se exhiben las blusas, hay diversidad de modelos tanto en la forma como en el bordado. La mayoría de las blusas son blancas, en medio de ellas, y muy escasas, se ven unas de colores púrpuras, rosadas y negras.
En la vitrina se ubican la variedad de hilos, todos de seda y en variados colores, que pintarán los modelos de hojas, flores, tallos o cualquier alegoría que Petrona presente en sus diseños para bordados.
En el taller suenan y suenan las máquinas, que con la velocidad casi como el aleteo de un colibrí, plasman los bordados. Son miles de subidas y bajadas que en fracciones de segundo hacen las agujas, para con cada puntada lograr la forma y el color deseado.
En ese taller se encuentran dos generaciones de tecnológicas: la más antigua marcada por la presencia de la máquina Singer negra, que con una sola aguja y al ritmo del pedaleo o al aplastar del pequeño motor de la operaria, da forma al bordado. Y la más moderna, con las máquinas “ZGM”, computarizadas, donde Adolfo Guasco, esposo de Petrona, programa los diseños por ella propuestos, para que sean las máquinas las que borden.
Migrante y emprendedora
La mujer de 44 años, es una emprendedora. Inició en el bordado al poco tiempo que terminó la escuela. Su primera formación recibió en los talleres del Servicio Ecuatoriano de Capacitación, SECAP, donde se acercó a todo lo relacionado con el corte y confección.
Hacer artesanía en textil fue lo que, a la entonces joven, llamó tanto la atención y no escatimó esfuerzo en aprender el oficio, “sentí la necesidad de hacer algo”, dice; y así fue como incursionó en la elaboración de polleras para las “cholas cuencanas”, en el bordado de Gualaceo con la conocida técnica del tambor.
El mundo le deparó algunos retos, migrar a los Estados Unidos, donde vivió 11 años, manteniendo su vestimenta y su trabajo de diseñar y hacer vestimenta para las mujeres Cañar y Chimborazo, que vivían en ese país conservando su cultura.
“Nice” (agradable), “beautifull” (bella), decían los gringos a las obras de Petrona. En ese país lejano y extraño instaló su taller, donde elaboró y vendió trajes para muchos indígenas de Centroamérica y para americanos que gustaban de la artesanía ecuatoriana. Eran los chales, polleras tipos faldas para los americanos, los que ganaron mercados. Las propuestas de Petrona también gustaron a los chinos, quienes compraron las polleras prensadas.
Dios está primero en su vida. A viva voz agradece al Gran Creador que le dio esa cualidad creadora para sus diseños y el valor para emprender. Sus obras fueron tan cotizadas, que las expuso en la sede Internacional de la Organización de las Naciones Unidos, allá en Nueva York.
“Fui inmigrante, ingresé a ese espacio, los publiqué y mis diseños están allá en la ONU. Diseñé polleras, blusas, huallcarinas (lligllas), sombreros de lana con flores; todo lo que es de Cañar y del sur de Ecuador”, manifiesta, la Tambeña que regresó al país por sus hijos, para compartir con ellos el tiempo y para emprender una micro empresa de bordados, porque está segura que: “se puede trabajar en este país, aquí también hay”.
Los trajes de Cañar y Chimborazo
Trabajar para vestir a las mujeres de las etnias del sur del Ecuador es su especialidad. En su taller están trajes de mujer cañari, chimboracense y de Saraguro. Las prendas entre una y otra etnia son diferentes. En la cultura cañari prima el gusto por los fucsia, rojo, rosado, pero no el amarillo; dicen que es el color de la riqueza del pueblo. En el Tambo, la preferencia va por los colores bajos.
Para los trajes que van a Chimborazo se usan colores más claros. El uso de piedras semipreciosas y lentejuelas dependen de la creatividad y como la diseñadora y creadora Petrona Pizha, los combine. “Todo es matizado, ponemos un amarillo que da más elegancia a las polleras”, explica.
Vestir con identidad no quita el gusto por lo novedoso. En estas épocas, al proponer y confeccionar una vestimenta no se ve solo la cultura, también se toma en cuenta la moda, por ello se plantean bordados más anchos para finos plisados. Estos resultan de la fusión entre el costumbrismo de la vestimenta de algunas comunidades de Ibarra, con las cosas que tienen los pueblos de Cañar.
Petrona indaga tanto en la dinámica de la vestimenta tradicional de los pueblos ecuatorianos y sabe que la interculturalidad en el uso de ropajes, va más allá de las culturas de nuestro país, sus obras han llegado a otras geografías del mundo y su amiga guatemalteca, artesana también, le envía diseños, para trabajar desde una unidad de pensamientos.
Antes, el trabajo era con miembros de la misma comunidad, eso no se ha perdido, pero la artesanía textil de Petrona trasciende fronteras, gracias a la visión integradora con iniciativas de otras partes del mundo.
Las blusas
Las blusas que acompañan a las polleras en cualquiera de los modelos, son otro mundo de color y diseños. La mayoría de estas prendas se confeccionan en telas blancas y la tendencia de ahora, dentro de la moda cañari, son bordados bien anchos, alegorías de flores y colores, que en conjunto cubren el pecho.
Blusas de torso ancho y de talle ajustado, de tal forma que moldee la silueta de la fémina. Hechas en seda, tienen mangas largas y la belleza del bordado se hace notorio, gracias al uso de las lentejuelas.
Las baetillas en morado y azul son colores preferidos para el traje de novia de una mujer del Cañar. Esas polleras se acompañan de una huallcarina hecha en terciopelo, bayeta, facha, hilados a manos o bayetas de orlón, en matices son diferentes.
El traje de la Ñusta
Para las princesas o Ñustas, Petrona diseña dos polleras: la recta y de un vuelo; y las más cortas y de dos vuelos, porque se usan en par. Estas polleras cañaris de estilo antiguo tienen cambios, ahora son bordadas, antiguamente las mujeres cañaris solo se vestían el filo doblado, no tenía teñidos, ni coloreados. (BSG)-(Interculturalidad).