“El chumbi o faja es parte de la vestimenta y de los elementos con los que yo me ido quedando porque viene de mis abuelas, de mi madre, con eso nos decoramos, como todas las mujeres, y eso me gusta de ser mujer”
Su cabello negro como de azabache cubría su espalda y las puntas rozaban con el chumbi o faja rosada, tejida con esa identidad de la cultura puruhá. Esa faja rodeaba la cintura y ceñía en su cuerpo, espigado, el vestido rosado largo que dejaba ver los zapatos del mismo color. La artista Mariela Condo llegó así de natural, elegante, original, para el concierto que brindó en Cuenca.
De su cuello colgaban collares gruesos de eslabones vistosos, en tonos rojos, azul-celestes y verde-oliva. Mariela, en el escenario, hace historia. Cada concierto es un paneo a su trayectoria como cantante, a todo ese arte que sabe hacer en la interpretación y escritura de algunas letras. El repertorio siempre incluye canciones de sus tres producciones, empezando con “Shuk Shimi Waranka Shimi (“Una voz, mil voces”) grabado en el 2007; “Vengo a ver”, del 2012, y de su trabajo 2015, denominado “Pinceladas”.
A donde va, Mariela es una mujer que sienta su identidad -la de su etnia Puruhá- en algunos principios; su vestimenta, las canciones en quichua, algunas expresiones de su pueblo. “El chumbi o faja es parte de la vestimenta y de los elementos con los que yo me ido quedando porque viene de mis abuelas, de mi madre, con eso nos decoramos, como todas las mujeres, y eso me gusta de ser mujer”, eso expresa la cantante cuando refiere a una de las cualidades de identidad que tiene su etnia. Era de ver como el micrófono que amplificaba su voz tenía una borla alargada, hecha con los colores de la whipala, el símbolo de las culturas andinas de América.
Sí, era de ver al pequeño pedestal desde donde pendían las cintas rosadas, púrpuras, verdes, rojas, celestes, amarillas. “Esa borla siempre va en el micrófono”, dijo Rafael Minga, el virtuoso guitarrista lojano que acompañó a la artista ecuatoriana en el escenario. De la voz fina, dulce, salieron versos como: “Vengo a ver si la música/ de una vez nos salva/ Vengo a ver si el poema/ de una vez, me levanta”.
Esa canción se llama así, como el gran disco “Vengo a ver”. No faltaron los versos en quichua “Yaku shungu yai”, por ejemplo, y la primera canción que escribió para “Vengo a ver: “Sin aviso”, una canción que dice: “Baila con la angustia, canta con el desamor/ se toma un trago con el deseo/ luego otro y otro más/ Hasta quedar borrachita, intentando olvidar”. Cada canción deja una conmoción por el sentimiento que encierra. En un ritmo casi como el huayno se escuchó “Flor de quebrada”, esa melodía se asemeja a una oración a todas esas cosas que tienen los Andes, a lo que se vive entre los chaquiñanes, el páramo, la lluvia, el viento. “Florcita de las cumbres/ florcita de las nubes/ florcita de las alturas/ florcita del alto páramo /florcita del alto frío/ florcita de pajonales…”.
Su incursión en la música
Nacida hace 32 años en la comunidad de Cacha, que adquirió el rango de parroquia en 1982 en el gobierno del extinto presidente Jaime Roldós, allá en el cantón Riobamba, de Chimborazo, Mariela -una mujer de ojos rasgados, labios gruesos y tez canela- interpreta canciones que muchos ecuatorianos las denominan como la: nueva música ecuatoriana, término no muy aceptado por ella, pues en su razonamiento lo que es nuevo ahora, mañana será viejo.
Su historia en el mundo de la música tiene casi 30 años, hay quienes sostienen que empezó a los tres, ella afirma que esto del canto y la música, pero sobre todo el canto, estaba en la comunidad indígena, entre sus abuelos y abuelas. El canto es un elemento cotidiano en su tierra, acompaña cada actividad. De eso heredó el arte de cantar, por esas cosas que vio y escuchó se quedó cantando. Esas raíces de sangre están en su canción “El trigo y el sol” escrita para su abuelo.
“El trigo y el sol amasan el color de tu piel/…. Manuelito, Manuelito… la, la, la, laraila, laraila…. Tu siempre tejes y cantas/ de poncho rojo caminas/…”. Mariela no tiene una fecha exacta de inicio en lo que hoy lo hace como toda una profesional. Poco a poco, en el camino encuentra y descubre las bondades de la música. Cada paso que da en su trabajo le permiten entender que cantar es descubrir, aprender, encontrar, reforzar, educarse, es un camino bastante extenso.
De dónde viene
Un abrigo de color púrpura similar al tono del florecer de la quinua tierna, le recuerdan que así es su cultura, esa cultura donde nació y fue su primer entorno, marcado por el ambiente familiar de los abuelos y el paisaje medio dorado de los espigas maduras, de la tierra negra, tan negra como sus cabellos, de las alfombras verdes formadas por la chacra tierna y las papas, lo que, de hecho, está implícito en sus canciones.
Con el pasar de los años esas vivencias se nutrieron de otros ambientes: del urbano donde vivió cuando cursó la escuela; el capitalino, allá en Quito, donde estudió en el Conservatorio Nacional; del mundo cosmopolita, durante su estadía en el extranjero. Además, se nutrió de los amigo, de la nueva familia que hizo a través de la música, todo eso dan forma a sus propuestas.
“Canten, canten, canten, que cantando se desenreda el alma”, así motiva la artista a sus seguidores cantar, a entonar versos, esos que están en la canciones tan ecuatorianas como: “Abra la puerta, señora, véndame un canelacito, deme unito, deme otrito, hasta quedar chumadito”, o a cantar las coplas de Licto, versos que nacieron en esa legendaria parroquia chimboracense. Algunas de esas coplas dicen: “En esta esquina, baila un payaso/ sale, guambrita, dale un abrazo/”. “Ay de mí, hay de vos, en una cárcel los dos/ comidos o no comidos, pero juntitos los dos/.
La música y la poesía
Son sus canciones, sus letras las que conmueven en cada escucha. En su repertorio encontramos dos melodías de sus abuelos, son canciones que forman parte de su legado cultural. Otras propuestas son creaciones de autores diversos y no faltan las que surgen desde su trabajo como artista de la música y de sus vivencias.
Mariela es una profesional en el canto, pero otros de sus apegos es la literatura. Leer e investigar es parte de su trabajo. Cómo no hablar de Juan Gelman, poeta argentino que la conmovió con su historia de vida. También le cautiva Antonio Porccia, poeta italo-argentino, a quien la artista lo reconoce por sus propuestas impresionantes que pretenden simplemente encontrar en palabras sencillas esa profundidad de belleza. Y de las letras ecuatorianas, el apego es para la obra de Medardo Ángel Silva y la generación de los decapitados.
“Hay tanta poesía linda, no soy una experta en poesía, ni poetas pero me apego a los voy encontrando”, eso afirma la autora de “Shuk Shimi Waranka Shimi”, “Vengo a Ver” y “Pinceladas”, artista para quien entre sus aficiones está el relato, y entre esas las obras “El barón rampante” y “La jornada de un escrutador”, de Ítalo Calvino, escritor cubano, hijo de padre italianos. Canciones en quichua, canciones en español, canciones a la vida, a la naturaleza, al amor, a la gente, la cromática musical de Mariela Condo, es rica, diversa, real, es muy amplia. (BSG)
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