viernes, 20 de mayo de 2016

“El diablo baila solo” en la Diablada de Píllaro

Los personajes de la popular fiesta del norte del país, presentaron en Cuenca una muestra de una de las grandes manifestaciones culturales de Tungurahua. 




 Los Diablos de Píllaro llegaron a Cuenca. Vestidos de rojo y con máscaras saturadas de cuernos se tomaron la Plaza del Herrero, la noche del martes, en el sector de Las Herrerías. Era de noche, el oso negro necio, más necio que su cazador, entre los dos tomaron la delantera.

Detrás de ellos venía la banda de pueblo con sus trompetistas, trombonistas, percusionistas que entonaban sanjuanitos, pasacalles y ponían el ritmo a la fiesta. Después de los músicos estaban 17 diablos saltando, bailando, haciendo retumbar en el suelo el fuete (chicote) hecho de pata de venado y una gran cuerda de cuero de res.

Pero los diablos no estaban solos, los acompañaban decenas de bailadores; las parejas de línea, el capariche -ese barrendero que en son de limpiar el piso dispersaba espinas-. Estaba la guaricha, vestida de azul, el payaso de morcilla o de chorizo, como ellos dicen.

La noche estaba “infernalmente” alegre. Las llamas envolvían al herrero, mientras el monumento ardía y las lenguas del fuego amarillo matizaban el oscuro de la noche, los diablos caminaban, bailaban, movían sus caderas, cinturas, brazos y piernas, no estaban un rato quietos y sus máscaras repleta de cuernos se mantenían firmen como todo un “señor diablo”. Eran bastantes, casi 50 alegres fiesteros que con su comparsa ensalzaron lo que es esa Diablada de Píllaro.



Los personajes 

La Diablada llegó desde Píllaro, el cantón tungurahuense que, según su gente, es la cuna de Rumiñahui. Para los protagonistas de esta célebre fiesta declarada Patrimonio Cultural Inmaterial del Ecuador, “la diablada es una muestra de la liberación de los cuerpos y conciencias a través de diablo, personaje europeo que se ha reconfigurado como método de sublimación en la épica de la colonia”.

Un desfile cromático, caracteriza el desfile de comparsas, en ellas prima dos colores: el rojo y el negro, los colores de satanás; blusa y pantalón de rojo intenso, zapatos negros, máscara roja-negra. Visten así porque a decir de los diableros: el “diablo lleva la batuta en el desfile”.

El diablo tiene siete pasos definidos para bailar, así lo sabe y dice Jefferson Jazmani, pillareño que lleva seis años bailando en las diabladas. Aún le faltan siete más por bailar, hasta cumplir con la promesa, pues según los legendarios, hay que bailar 13 años seguidos en la diablada para que el diablo no le “hale de la patas”.

Jefferson es de los actores que conoce cuatro pasos de baile, “se llega a dominar los siete cuando se baila por más de 20 años”, eso explica el joven que tiene cuatro máscaras elaboradas por él mismo con alambre, papel reciclado, revestidas de papel mashé y cuyos gruesos dientes los elaboró con huesos de res desechados después de un suculento caldo.

El diablo baila solo, no baila en pareja, para eso están las “parejas de línea”, hombre y mujer que interpretan los bailes de salón criollos y llevan ropas casi formales; el bailarín luce un pantalón negro, camisa blanca, un pañuelo de seda que cubre sus hombros, el sombrero forrado con brillante papel celofán y la máscara de malla.



 Esa máscara recrea el rostro de un hombre blanco de ojos azules, pómulos rosados, labios rojos. “Así lo han escogido desde nuestros antepasados, es una tradición que se arrastra de años, el usar la máscara”, dice uno de los bailarines. La bailarina lleva máscara con las características de una fémina blanca, un pañuelo cubre su cabeza, un vestido de doblones, zapatos bajos.

La pareja en línea son expertos en bailar los cuatro ritmos tradicionales de la serranía ecuatoriana que comandan en la diablada: sanjunaitos, albazos, pasacalles y el Píllaro Viejo, tonada que es como el himno de los pillareños. En medio de diablos y bailarines está “la guaricha”, personaje que pone un matiz de color y alegría. Las “guarichas” son hombres disfrazados de mujer, son el personaje de madre soltera en búsqueda de un nuevo protector para su hijo.

La guaricha lleva un vestido hasta las rodillas, una máscara de malla, el sombrero y cintas de muchos colores que son parte de su atuendo. Es común en la guaricha llevar a la mano una botella de licor y dar a probar el brebaje a todos los presentes. Entre la comparsa hay un hombre que con una escoba barre la calzada y mientras lo hace acompaña a la comparsa.

Él es un “capariche”, típico actor de las diabladas; su escoba lleva espinas para abrir camino, siempre está en primera fila. Una figura que es el común denominador en las fiestas mestizas andinas de nuestro país sin duda es “el chorizo”, (o payaso de morcilla), éste no falta en la diablada.

El payaso de pantalón ancho y circular, con arandelas en sus bastas, de camisa colorida, bonete o gorra, máscara y un chorizo hecho de tela, es un personaje jovial, alegre; con el chorizo abre camino para los danzantes.

En Píllaro el Colectivo Minga, Gestión Cultural Independiente presentó dos componentes más de la diablada: “El oso y el cazador”, estos últimos cuentan en la historia de la diablada, siempre fueron parte protagónica de los desfiles. (BSG)–(Intercultural).




El concepto de familia.

 En la Diablada de Píllaro el baile se revive con el concepto de una familia, personajes que comparten una jerarquía unilateral, cinco parejas de líneas dispuesta en la parte central de la partida bailan esos ritmos que salen de las bandas de pueblo en representación de la dualidad. Los diablos son jocosos, con rasgos de picardía y desobediencia, subversión y liberación, son los guerreros que abren camino a la partida y el resguardo de las parejas de línea.

El diablo siempre lleva el fuete, pata de venado y veta, las armas que todo guerrero porta para su fin. “El diablo divierte a toda la gente con su dramatización, es picante, tiene el toque de picardía del pueblo pillareño; todo eso sale a flote, estar de diablo es burlarse del diablo, pero también de la vida cotidiana que llevas, es salir de esa rutina”, eso añade Jefferson.

Las máscaras causan asombro por sus, tres, cuatro, cinco, siete y hasta 15 cuernos, muchos de esos cuernos son de ganado, venado, chivo, borrego. “Mientras más grande sea la máscara de diablo y más cachos lleve, mayor temor causa en el espectador”, eso lo saben los artesanos de Píllaro, cantón que se ha convertido en el epicentro para la elaboración y creación de caretas y vestimentas de variados personajes.

Los diablos, el capariche, la guaricha, las parejas de línea, el oso y el cazador, el chorizo, bailaron, saltaron, al ritmo de la “Chola Cuencana”, “Por eso te quiero Cuenca”, “Cuencanita”, gritaban “ViVa Cuenca”, “Viva Píllaro”. Esa pequeña muestra de la fiesta de la diablada unió dos pueblos, de dos regiones, de dos polos, de la parte norte y la parte del sur del Ecuador. (BSG).


sábado, 14 de mayo de 2016

Mariela Condo: su canto nació del canto cotidiano de su comunidad


“El chumbi o faja es parte de la vestimenta y de los elementos con los que yo me ido quedando porque viene de mis abuelas, de mi madre, con eso nos decoramos, como todas las mujeres, y eso me gusta de ser mujer”





Su cabello negro como de azabache cubría su espalda y las puntas rozaban con el chumbi o faja rosada, tejida con esa identidad de la cultura puruhá. Esa faja rodeaba la cintura y ceñía en su cuerpo, espigado, el vestido rosado largo que dejaba ver los zapatos del mismo color. La artista Mariela Condo llegó así de natural, elegante, original, para el concierto que brindó en Cuenca. 

De su cuello colgaban collares gruesos de eslabones vistosos, en tonos rojos, azul-celestes y verde-oliva. Mariela, en el escenario, hace historia. Cada concierto es un paneo a su trayectoria como cantante, a todo ese arte que sabe hacer en la interpretación y escritura de algunas letras. El repertorio siempre incluye canciones de sus tres producciones, empezando con “Shuk Shimi Waranka Shimi (“Una voz, mil voces”) grabado en el 2007; “Vengo a ver”, del 2012, y de su trabajo 2015, denominado “Pinceladas”. 

A donde va, Mariela es una mujer que sienta su identidad -la de su etnia Puruhá- en algunos principios; su vestimenta, las canciones en quichua, algunas expresiones de su pueblo. “El chumbi o faja es parte de la vestimenta y de los elementos con los que yo me ido quedando porque viene de mis abuelas, de mi madre, con eso nos decoramos, como todas las mujeres, y eso me gusta de ser mujer”, eso expresa la cantante cuando refiere a una de las cualidades de identidad que tiene su etnia. Era de ver como el micrófono que amplificaba su voz tenía una borla alargada, hecha con los colores de la whipala, el símbolo de las culturas andinas de América. 
Sí, era de ver al pequeño pedestal desde donde pendían las cintas rosadas, púrpuras, verdes, rojas, celestes, amarillas. “Esa borla siempre va en el micrófono”, dijo Rafael Minga, el virtuoso guitarrista lojano que acompañó a la artista ecuatoriana en el escenario. De la voz fina, dulce, salieron versos como: “Vengo a ver si la música/ de una vez nos salva/ Vengo a ver si el poema/ de una vez, me levanta”. 
Esa canción se llama así, como el gran disco “Vengo a ver”. No faltaron los versos en quichua “Yaku shungu yai”, por ejemplo, y la primera canción que escribió para “Vengo a ver: “Sin aviso”, una canción que dice: “Baila con la angustia, canta con el desamor/ se toma un trago con el deseo/ luego otro y otro más/ Hasta quedar borrachita, intentando olvidar”. Cada canción deja una conmoción por el sentimiento que encierra. En un ritmo casi como el huayno se escuchó “Flor de quebrada”, esa melodía se asemeja a una oración a todas esas cosas que tienen los Andes, a lo que se vive entre los chaquiñanes, el páramo, la lluvia, el viento. “Florcita de las cumbres/ florcita de las nubes/ florcita de las alturas/ florcita del alto páramo /florcita del alto frío/ florcita de pajonales…”.

Su incursión en la música
Nacida hace 32 años en la comunidad de Cacha, que adquirió el rango de parroquia en 1982 en el gobierno del extinto presidente Jaime Roldós, allá en el cantón Riobamba, de Chimborazo, Mariela -una mujer de ojos rasgados, labios gruesos y tez canela- interpreta canciones que muchos ecuatorianos las denominan como la: nueva música ecuatoriana, término no muy aceptado por ella, pues en su razonamiento lo que es nuevo ahora, mañana será viejo. 
Su historia en el mundo de la música tiene casi 30 años, hay quienes sostienen que empezó a los tres, ella afirma que esto del canto y la música, pero sobre todo el canto, estaba en la comunidad indígena, entre sus abuelos y abuelas. El canto es un elemento cotidiano en su tierra, acompaña cada actividad. De eso heredó el arte de cantar, por esas cosas que vio y escuchó se quedó cantando. Esas raíces de sangre están en su canción “El trigo y el sol” escrita para su abuelo. 
“El trigo y el sol amasan el color de tu piel/…. Manuelito, Manuelito… la, la, la, laraila, laraila…. Tu siempre tejes y cantas/ de poncho rojo caminas/…”. Mariela no tiene una fecha exacta de inicio en lo que hoy lo hace como toda una profesional. Poco a poco, en el camino encuentra y descubre las bondades de la música. Cada paso que da en su trabajo le permiten entender que cantar es descubrir, aprender, encontrar, reforzar, educarse, es un camino bastante extenso.



De dónde viene
Un abrigo de color púrpura similar al tono del florecer de la quinua tierna, le recuerdan que así es su cultura, esa cultura donde nació y fue su primer entorno, marcado por el ambiente familiar de los abuelos y el paisaje medio dorado de los espigas maduras, de la tierra negra, tan negra como sus cabellos, de las alfombras verdes formadas por la chacra tierna y las papas, lo que, de hecho, está implícito en sus canciones. 
Con el pasar de los años esas vivencias se nutrieron de otros ambientes: del urbano donde vivió cuando cursó la escuela; el capitalino, allá en Quito, donde estudió en el Conservatorio Nacional; del mundo cosmopolita, durante su estadía en el extranjero. Además, se nutrió de los amigo, de la nueva familia que hizo a través de la música, todo eso dan forma a sus propuestas.
“Canten, canten, canten, que cantando se desenreda el alma”, así motiva la artista a sus seguidores cantar, a entonar versos, esos que están en la canciones tan ecuatorianas como: “Abra la puerta, señora, véndame un canelacito, deme unito, deme otrito, hasta quedar chumadito”, o a cantar las coplas de Licto, versos que nacieron en esa legendaria parroquia chimboracense. Algunas de esas coplas dicen: “En esta esquina, baila un payaso/ sale, guambrita, dale un abrazo/”. “Ay de mí, hay de vos, en una cárcel los dos/ comidos o no comidos, pero juntitos los dos/.

La música y la poesía
Son sus canciones, sus letras las que conmueven en cada escucha. En su repertorio encontramos dos melodías de sus abuelos, son canciones que forman parte de su legado cultural. Otras propuestas son creaciones de autores diversos y no faltan las que surgen desde su trabajo como artista de la música y de sus vivencias.
Mariela es una profesional en el canto, pero otros de sus apegos es la literatura. Leer e investigar es parte de su trabajo. Cómo no hablar de Juan Gelman, poeta argentino que la conmovió con su historia de vida. También le cautiva Antonio Porccia, poeta italo-argentino, a quien la artista lo reconoce por sus propuestas impresionantes que pretenden simplemente encontrar en palabras sencillas esa profundidad de belleza. Y de las letras ecuatorianas, el apego es para la obra de Medardo Ángel Silva y la generación de los decapitados. 

“Hay tanta poesía linda, no soy una experta en poesía, ni poetas pero me apego a los voy encontrando”, eso afirma la autora de “Shuk Shimi Waranka Shimi”, “Vengo a Ver” y “Pinceladas”, artista para quien entre sus aficiones está el relato, y entre esas las obras “El barón rampante” y “La jornada de un escrutador”, de Ítalo Calvino, escritor cubano, hijo de padre italianos. Canciones en quichua, canciones en español, canciones a la vida, a la naturaleza, al amor, a la gente, la cromática musical de Mariela Condo, es rica, diversa, real, es muy amplia. (BSG)

Los instrumentos ancestrales musicales de Adolfo Idrovo



Adolfo Idrovo tiene 64 años, es luthier, (constructor), su especialidad es la elaboración de instrumentos andinos como rondadores, flautas, bocinas, silbatos y otros. En 1988 participó con su arte en film de Hollywood. 




En la década de los años 60, 50 años atrás, un pingullo o un rondador elaborado por artesanos de la parroquia El Cabo, del cantón Paute, no costaba ni siquiera un sucre, la desaparecida moneda nacional. Los artesanos sorteaban el tiempo y la distancia para llegar al mercado Nueve de Octubre de Cuenca y vender un pingullo en 20 centavos de sucre (dos “reales”); o un rondador en cuatro “reales” (40 centavos de la extinta moneda). 

A pesar de esos precios bajos, Adolfo Idrovo nunca pudo comprar uno de esos instrumentos sonoros. Como dice: “no tenía los dos reales y si los tenía, la prioridad era comprar pan o cualquier otro alimento”. No, no los compró, pero quedó grabado en su subconsciente la afición a ellos. En ese entonces tampoco pensó que con el paso de unos pocos años se convertiría en un productor de instrumentos ancestrales andinos; que sus manos se dedicarían a dar forma a rondadores, payas, zampoñas, quenas, pingullos, flautas, silbatos y tantos otros. 

Y, claro, jamás imaginó que su arte también le llevaría al cine, a ser parte de la famosa película “Vibraciones”, filmada en 1988, en Cuenca, Cojitambo y otros lugares de esta zona, con la famosa cantante norteamericana Cyndi Lauper y los actores Jeff Goldblum y Ramon Bieri, película dirigida por Ken Kwapis. No pudo comprar de pequeño un instrumento, pero en su convicción está claro que fue parte del “folclor que vivió”, y la parte que le impactó y cautivó tanto, así como los danzantes, los curiquingues y muchas cosas que ha vivido de la cultura popular y que en la actualidad se ha tergiversado. Adolfo cree que gran parte de la cultura originaria nuestra se ha perdido. Idrovo tiene 64 años, su tarea no es solo de luthier, es un experto en músico-terapia y así como elabora instrumentos, los interpreta, a través de ellos imparte salud. 


De las cañas a la música 

Una quena hecha con duda (una especie de carrizo) fue el primer instrumento que salió de las manos de Adolfo. De la misma duda con la que los artesanos de San Joaquín hacían los cestos, con ellos dieron forma a su primer obra. Luego vinieron las zampoñas de “Kalitubo” (la marca de una tubería de plástico para construcción). Tanto fue el amor por los sonidos andinos, que Adolfo visitó uno de los museos de la ciudad donde encontró los silbatos ancestrales de cerámica. En su mente grabó la forma de esos instrumentos arqueológicos, históricos y ancestrales, no descuidó ni un detalle para al final elaborarlos y así incrementar su portafolio de instrumentos musicales de viento, muy andinos y apegados a las culturas originarias del austro ecuatoriano. 

“Ecuador es un país rico en cañas huecas”, dice el luthier, y así como se las corta con facilidad, se las une también sin mayor problema. La duda, el zuro, la zada, zadilla, el carrizo, el bambú propiamente dicho y la caña guama o guadúa (vegetales que están dentro de la familia de los bambúes) son ideales para hacer los instrumentos propuestos por Idrovo, novedosos, fruto de su creatividad: “Preparo la caña guadúa, la dejo un solo tubo largo, luego la descascaro y dejo de un cierto grosor. Dentro de ese canuto largo, introduzco palillos delgados hechos de la duda, terminado ese proceso le sumo semillas de platanillo o achira y cierro el tubo con un tapón, cuando se lo vira, se produce el choque de las semillas y eso da el efecto del agua”. 

Esa planta tiene la cualidad de lograr sonidos de gran calidad, sonidos que fueron parte de “Vibraciones”, la película donde Adolfo tocó la paya y un rondador e interpretó sonidos que identificaron a la música de nuestro pueblo y los instrumentos aquí elaborados.(BSG) 




La semilla viva del luthier, constructor 

La historia de Adolfo Idrovo es una cosa loca. De muchacho, su madre y abuela le enviaban a aprender oficios. Estuvo en un taller de carpintería, luego en uno de joyería y por último, como panadero. “Nada de eso me gustó, pero de cada uno de esos oficios aprendí fórmulas que aplico en el arte de hacer instrumentos de viento para música andina”, afirma. El fuelle del acordeón que se abrió por la destreza de las manos de una de sus primas le despertó el interés por la música. Ella y José Castelví, primer director de la Orquesta Sinfónica de Cuenca, confabularon a su favor. 

El hoy sacerdote y entonces director del Conservatorio José María Rodríguez, le concedió una beca para estudiar cómo ejecutar la viola. Pero hay un tercer implicado en la suerte de luthier (constructor de instrumentos) y músico de Adolfo Idrovo, el músico Luis Arindia. Él le llevó al mundo de los vientos andinos, de una gira que Arindia realizara por Bolivia le trajo una quena y una zampoña. El solo tocarlas y transmitirles el aire de sus pulmones fue suficiente para que Idrovo descubra todo lo que con ellas se puede hacer. 

La música protesta Era la década de los años 1970, Chile vivía el golpe de estado, el derrocamiento del presidente Salvador Allende y empezaba la era de Pinochet. La música entonces se convirtió en uno de los lenguajes de protesta. Esas vivencias políticas latinoamericanas fueron parte del empuje para Adolfo y su amigo Efendi Carpio, odontólogo, con quien logró crear algunos instrumentos. “Escuchábamos sonidos, al principio fue solo de oído, luego con afinador, así llegamos a perfeccionar el trabajo”, argumenta… Ese fue el impulso, el empuje para que el profesor, hoy jubilado, pero un incesante constructor de instrumentos empezara a estudiar la estructura y las variedades de los mismos. 



Leer historia para producir 


Elaborar los instrumentos no es cuestión de pura aptitud, hay que revisar la historia. El rondador, por ejemplo, es un aparejo de música ancestral, tiene una estructura pentafónica y se elabora con 16, 22 y 23 tubos, de acuerdo a lo que se quiera poner. Se toca de dos en dos y el soplo produce armonía. Se dice que con la llegada de los españoles se mezcló la escala de sonidos traídos desde Europa con la escala armónica indígena. 

“Nuestros antepasados amaban su armonía y eso es lo interesante de nuestros instrumentos, ellos hicieron armonías que en la actualidad son agradables a los oídos”, así expresa Adolfo. La paya, por su parte tiene una estructura pentafónica y solamente ocho tubos. Las Flautas de Pan y varios silbatos se hacen con un solo canuto (caña). Los pequeños y delgados instrumentos son importantes dentro de la música de nuestros pueblos, pues así como se emplean para interpretar música, también son los mejores para crear efectos, como el silbo de los pájaros. (BSG).

via Blogger http://ift.tt/1TgKNpz
May 14, 2016 at 03:43PM
via Blogger http://ift.tt/1YslnXk
May 14, 2016 at 03:43PM
via Blogger http://ift.tt/1rMiEgX
May 14, 2016 at 04:15PM
via Blogger http://ift.tt/1Wy4i0u
May 14, 2016 at 04:16PM
via Blogger http://ift.tt/1TgMJhQ
May 14, 2016 at 04:16PM
via Blogger http://ift.tt/1rMiDJZ
May 14, 2016 at 04:16PM
via Blogger http://ift.tt/1Xrxfe3
May 14, 2016 at 04:17PM
via Blogger http://ift.tt/1sc726R
May 14, 2016 at 04:17PM